12 agosto, 2010

Rosario Castellanos > 36º Aniversario Luctuoso

Escribo porque yo, un día, adolescente,
me incliné ante un espejo y no había nadie.
¿Se da cuenta ? El vacío.

Rosario Castellanos



Rosario Castellanos nació en la Ciudad de México el 25 de mayo de 1926, pero pasó gran parte de su infancia y adolescencia en Chiapas, concretamente en Comitán, al extremo sur del territorio mexicano, lugar que influyó poderosamente en la atmósfera y estilo de sus obras. Hija de una importante familia de terratenientes, fue muy pronto consciente de las injusticias que impedían en progreso de los indios: una compresión que, junto a su carácter introvertido y unas ambiciones intelectuales “impropias” de una mujer, le impidió siempre sentirse integrada en la sociedad caciquil.

Dedicó una extensisíma parte de su obra y de sus energías a la defensa de los derechos de las mujeres, labor por la que es recordada como uno de los símbolos del feminismo latinoamericano. A nivel personal, sin embargo, su vida estuvo marcada por un matrimonio desastroso y continuas depresiones que la llevaron en más de una ocasión a ser ingresada. Castellanos murió a la temprana edad de 49 años a causa de un desafortunado accidente doméstico.

Su obra trata temas políticos, ya que concebía al mundo como "lugar de lucha en el que uno está comprometido", como lo expresó en su poemario Lívida Luz. Consideraba la poesía como "un intento de llegar a la raíz de los objetos" mediante la metáfora. Cada tema lo trataba ligado con lo cotidiano y con el interés por el papel de la mujer en la sociedad y por la crítica del enfoque sexista, ejemplificado por su cuento Lección de cocina: cocinar, callarse y obedecer al marido. Su obra de teatro El eterno femenino (1975), tiene carácter feminista.

Su propios sentimientos se reflejan en sus escritos: en el cuento Primera revelación describe su experiencia de niña discriminada frente a su hermano; el poema en prosa Lamentación de Dido se inspira en el desamor de su amor de muchos años, Ricardo Guerra; la novela Rito de iniciación, también de connotaciones autobiográficas se enfoca en los conflictos de una mujer estudiada para escapar de los prejuicios conservadores de la provincia y enfrentar la competencia profesional en la ciudad y sólo fue publicada póstumamente.

Y cuando yo muera, dadme la muerte que me falta
Y no me recordéis
No recordéis mi nombre hasta que el aire sea
Transparente otra vez


Rosario Castellanos.

Murió electrocutada al enchufar una lámpara en la Embajada de México en Israel. A 36 años de distancia, su muerte nunca fue aclarada del todo.

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Desde su muerte, siempre existió la duda si había sido verdaderamente una muerte accidental o por suicidio. Buscando bibliohemerografía sobre el asunto, encontré una reseña hecha por Ángel Trejo a una ponencia de la periodista mexicana Ana Lilia Pérez Mendoza.

De su ponencia, “Nuestros años con Rosario”, que es un extracto de una investigación bibliográfica de más de cien cuartillas, Ángel Trejo cita:

“Acerca de este suceso (su muerte) sin esclarecer y envuelto aún en el misterio, Pérez Mendoza consideró probable la versión extra-oficial de que en realidad Rosario Castellanos murió por suicidio, toda vez que había intentado fallidamente éste en 1963 y 1964. Pero de igual manera estimó factible su electrocución accidental e incluso un posible asesinato de carácter político”.

En “Accidente”, que algunos de sus conocedores consideran como un poema profético de su muerte, escribe:

No, no temí la pira que me consumiría

Sino el cerillo mal prendido y esta

Ampolla que entorpece la mano con que escribo.

Ana Lilia Pérez Mendoza, queriendo apoyar su tesis de suicidio, cita un testimonio de Raúl Castellanos, medio hermano de la escritora:

“El general Castellanos la recuerda muy estudiosa, inteligente y tristona de niña, especialmente a partir del día en que escuchó a su padre decir que hubiera preferido que muriera ella y no su hijo (Mario) Benjamín, a quien aquél y su esposa prodigaron más afecto que a la futura poeta”.

En este otro fragmento de “Dos poemas”, aparece la muerte como símil de la Nada:

Si muriera esta noche

Sería sólo como abrir la mano,

Como cuando los niños la abren ante su madre

Para mostrarla limpia, de tan vacía.

Nada me llevo. Tuvo sólo un hueco

Que no se colmó nunca. Tuve arena

Resbalando en mis dedos. Tuve un gesto

Crispado y terso. Todo lo he perdido.

A pesar de todo, la tesis del probable suicidio se ha sostenido durante 34 años. Una de sus mejores amigas “Dolores Castro, su amiga de siempre, poeta como ella, dijo que le dolía pensar que Rosario hubiera incurrido en suicidio, aunque no creía en ello”.

Sin embargo –señala Ana Lilia Pérez--, su muerte ocurrió en un periodo particularmente doloroso porque su hijo Gabriel había vuelto a México y recientemente le había llegado el dictamen de su divorcio de Ricardo Guerra. Se hallaba sola en Israel y la soledad no le gustaba.

Contrastando con la situación depresiva en que se encontraba –explica Pérez Mendoza— la autora de Balún Canán, en plena madurez como escritora polifacética, tenía todos los reconocimientos posibles en México e Iberoamérica, daba clases en la Universidad de Jerusalem y su encargo diplomático en Israel era de hecho un homenaje oficial del Estado a su nombradía literaria.

El argumento anterior lo utilizan quienes apoyan la tesis de “muerte accidental”, pues dicen que nunca como entonces su carrera literaria pasaba por mejor momento, puesto que poco antes de morir había firmado contratos de traducción de sus obras al inglés, al francés y al hebreo.

Rosalina Nicolat.


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